-sabes... te amo-.dije casi en un susurro.
-¿que?-.me pregunto ella con la vista fija en su reflejo.
-no nada-.
y asi pasaron los dias, mintiendo a mi mismo, aparentando ser feliz escribiendo cartas que nunca tendrian destino.
Pasaron los años y el destino se antojo a separrnos, bueno nunca estuvimos juntos; una visita a un oncologico con cristales rotos y paredes sucias nos reencuentra...
ella recibi tratamiento para el cancer y yo, pues yo solo iba a trabajar...
que dura es la vida, aun la amaba, verla palida y delgada luchando contra quien le robaba la vida, era duro de ver...
al verme me reconocio en el acto, me ofrecio una sonrisa gastada, una conversacion larga...
todos los dias lo mismo, con la excepcion de que aparecio una rosa entre sus manos...
ahora el es un hombre mayor, sin hijos, sin amor. Musita el nombre de su dulcinea que le robo el corazon, que el dia de su entierro, con ella, su vida se llevo.
el descansa en un divan ella 3 metros bajo tierra.
pobre vida, orgullozo destino que se antojo a llevarse el amor de su vida...
y lo mas triste de todo, ella nunca supo que aquel que le robaba las sonrisas, enamorado de ella siempre estaria.
A Robert Materan, gracias por autorizarme a publicar tu historia, no la eh adaptado bien a la realidad pero en mi mundo de letras las cosas son lo mas lejos de la realidad; se que tu amada no murio de cancer, pero es una forma mas elegante de morir que la penosa muerte que tuvo...
Lo se, debes de estar pensando que no hay forma elegante de morir, pero mi querido amigo si la hay... ya de por si la muerte es la forma elegante de dejar de sufrir...